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Archive for 29 de julio de 2007

Lo barato sale caro

Por Enrique Pinti
El mercado, nombre de guerra del viejo y no siempre amable «comercio», dicta sus leyes tiránicas en medio de las idas y venidas de un mundo previsible y al mismo tiempo imprevisto. Sus aspectos más frívolos o intrascendentes generan seudoinocentes millones o billones de ganancias o pérdidas; de ahí la importancia mediática que siempre han tenido la moda, la estética y la vidriera de los ricos y famosos diciendo a los pobres y anónimos sus reglas y manías desde la alfombra roja de una feria de vanidades, mezcla de poder y patetismo esnob.

Así, lo que nació como prenda de trabajo de esforzados campesinos y obreros que necesitaban una tela fuerte y resistente a cortaduras y que, al mismo tiempo, los protegiera de las inclemencias del tiempo con más contundencia que el clásico pantalón, se convirtió, en la segunda mitad del siglo XX, en el «moderno blue jean», destinado a los paseos y salidas deportivas, a los picnics estudiantiles y al baile juvenil con el rock and roll como bandera. Era, de todos modos, una prenda algo más barata que un buen pantalón de vestir, mantenía su línea clásica y sobria que se resistía a dejarse influir por modas pasajeras. Pero, a finales de los 60, y sobre todo en las décadas siguientes, el pudoroso vaquero se hizo oxford, con pinzas, sin pinzas, bombilla, tubo, ajustado, holgado, con botamanga floreada, sin botamanga, talle alto, tiro bajo, elastizado y de cualquier color. Todo esto convirtió al viejo, querido y modesto pantalón de laburo en una prenda de alta costura, cara, carísima, extravagantemente onerosa y, más que nada, con marca, esa mágica etiqueta por la que mucho piojo resucitado es capaz de matar. Pero los mandatos del rey mercado exigieron más y más del «pobre jean» y crearon el «jean pobre», o sea, tener dinero suficiente como para pagar un altísimo precio para parecer pobre. Es decir, como soy rico me hago el pobre y achico la brecha entre clases que los gobiernos acentúan, pero, eso sí, si el pobre quiere parecer rico va a tener que dejar un ojo de la cara para adquirir algo parecido a un buen traje, y si quiere seguir pareciendo pobre va a tener que gastar como un rico, a menos que se avenga a comprar uniformes de trabajo. Y rezar que no se pongan de moda en alguna alocada pasarela y también los mamelucos y trajecitos de mucama se conviertan en la vestimenta preferida de Paris Hilton.

La hamburguesa, comida de pobre, se convierte en estas latitudes en un plato de lujo; la pizza, salida alegre de la miseria napolitana que consistió en un poco de pan, sobras de queso y una gotita de tomate, hace rato es comida de restaurante y cuesta caro.

En fin, el mercado no se conforma con fabricar y cotizar «lo caro», sino que se empeña en encarecer lo barato, sofisticar lo simple y venderlo al precio que la moda exija.

En 1870, un pobre vaquero viste un vaquero pobre y en medio del desierto trata de asar una hamburguesa hecha con carne de descarte. En 2007, un niño rico con un vaquero roto y desteñido paga con su tarjeta platinum un combo de hamburguesa hecha con carne de descarte y una gaseosa dietética, mientras piensa qué lindas serán sus próximas vacaciones en una isla pobre, sin luz, gas, agua potable y aire acondicionado, donde sólo tienen acceso los millonarios más exclusivos que quieren darse el gusto de pagar por lo más barato como si fuera lo más caro. ¡Eso es justicia social!

revista@lanacion.com.ar

El autor es actor y escritor
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=928548&origen=premium

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Cómo ser un buen jefe

Escuchar, exigir, valorar, tomar decisiones. ¿Qué se necesita para ejercer el cargo y llegar a buen puerto? Una experta en el tema revela las claves
Déjeles saber a las personas que se interesa por ellas. Conozca a cada miembro de su equipo, sus metas y aspiraciones específicas. Hable con ellos acerca de su vida fuera del trabajo, especialmente situaciones que puedan estar afectando su desempeño laboral. Cuanto más conozca a las personas, más fácil es identificar qué las motiva.
Ayude a su gente a entender cómo su trabajo se ajusta a las metas de la empresa. Es natural el querer contribuir y hacer la diferencia en su empresa. Por ello es tan importante para los gerentes indicar claramente la manera en que cada persona en el equipo añade algo al panorama total. Explicando cómo cada miembro del equipo ayuda en el avance e incrementando la confianza.
Asegúrese de que su equipo fije metas realistas. Los objetivos por períodos inspiran a las personas en el sentido de la excelencia. Pero hay una gran diferencia entre metas por períodos y objetivos visionarios. Asegúrese de que su equipo se fije metas que puedan alcanzarse. Generalmente, la sobredimensión de los objetivos prefijados hace eclosión, dado que los empleados se sienten frustrados.
Indique a las personas cómo se beneficiarán con un alto rendimiento. Cada vez que obtenemos buenos resultados para la empresa, mejora nuestro status. Las recompensas pueden llegar en la forma de una mayor compensación financiera, una invitación para unirse al club de ejecutivos o un reconocimiento en el boletín publicado por la empresa. Depende de usted el asegurarse que su equipo entienda cómo los resultados superiores de parte de ellos rendirán sus frutos a corto y a largo plazo en sus carreras.
Escuche sugerencias, opiniones e ideas. Los gerentes que no valoran lo que su equipo piensa, aplastan la motivación. Como líder, es su trabajo propiciar una atmósfera en la cual su gente se sienta libre para expresarse. Esté abierto a todas las perspectivas. Explore cada lado de una propuesta antes de tomar una decisión. Esto mostrará que respeta los puntos de vista de todos y genera confianza.
Facilite y reconozca. Todos deseamos ser apreciados por nuestras contribuciones, y esto pesa más que el cheque del sueldo. De hecho, los estudios muestran que la aprobación y el aplauso son mucho más significativos para las personas que sus ganancias financieras. Cuando un miembro del equipo merezca reconocimiento, delo de corazón.
Tenga en mente que el logro en sí es un gran motivador. Nada levanta más la confianza que la experiencia del éxito. Es un poderoso empuje que mueve a las personas a esforzarse aún más para obtener éxitos mayores.
Cambie de puesto a las personas que no están aportando . Algunos líderes cometen el error de mantener en un equipo a personas que no rinden allí. Frecuencia se espera que la presión lo inspire a mejorar su desempeño. Este enfoque funciona a veces. Pero lo triste es que la presencia de miembros flojos puede causar resentimiento. Al final, esto daña el espíritu del equipo y baja la productividad.
Todas estas ideas son relativamente fáciles de aplicar. Seguramente la más difícil de llevar a cabo es la de remover a las personas que no están rindiendo y que, de hecho, pueden estar menoscabando el rendimiento de todo el grupo.
Aun así, será más simple dar el paso, si usted considera esto: las personas saben cuando su desempeño no cubre las expectativas. Al moverlas a situaciones en las que eventualmente puedan mejorar, usted mejorará la moral del grupo. Esto encenderá la motivación y el entusiasmo.

Por Daniela León

revista@lanacion.com.ar

Para saber más

http://www.losrecursoshumanos.com/liderazgo

Daniela de Leon es directora de Dale Carnegie, Delegada del Comite de Calidad de Carnegie University desde Mexico hasta la Argentina. Desarrolla y forma trainers para America latina.

http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=928794&origen=premium

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45 años sin Marilyn

LNR le rinde homenaje a uno de los más importantes iconos del siglo XX, la Monroe, que el 5 de agosto de 1962 dejaba este mundo para convertirse en mito. Una mujer que se transformó en el mayor símbolo de la sensualidad
Sus películas, y la opinión de actores, guionistas, críticos y directores, que imaginan cómo ella haría cine hoy. Scarlett Johansson, que para muchos es la viva reencarnación de la diva, en un juego de semejanzas y diferencias. La moda estilo Marilyn, que deja al descubierto las curvas femeninas sin perder el candor. Y en las páginas siguientes, dos glorias de la literatura, Truman Capote y Arthur Miller, en sendos textos que han quedado en la historia.

Truman Capote

(En El duque en sus dominios y otros retratos. Editorial Norma)

«Hablamos de los actores y la actuación («Todos dicen que no sé actuar. Dijeron lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Jamás me van a dar el papel adecuado, el que yo realmente quiero. Mis apariencias van en contra mía. Son demasiado específicas»); hablamos algo más de Elizabeth Taylor y ella quería saber si yo la conocía y yo le dije que sí, y ella dijo, pues, cómo es, cómo es de verdad, y yo le contesté, pues, es un poco parecida a ti, lleva el corazón en la manga y su hablar es salado y Marilyn dijo vete al carajo y añadió, bueno, si alguien preguntara cómo es Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe de verdad, qué dirías, y yo le dije que tendría que pensarlo.»

(…)

«(Seguimos hasta el borde del malecón y escuché el ruido del agua que golpeaba contra él).

Marilyn: Yo solía pedir autógrafos. Aún lo hago a veces. El año pasado, Clark Gable estaba en Chasen’s y le pedí que me firmara la servilleta.

(Recostada contra un poste de amarre, se presentaba de perfil: Galatea que observa distancias no conquistadas. Las brisas le esponjaban el cabello y su cabeza se volvió a mí con una etérea facilidad, como si una brisa la hubiese hecho girar).

TC: ¿Cuándo vamos a alimentar las aves? También yo tengo hambre. Es tarde y nunca almorzamos.

M: Recuerda. Si alguien llega alguna vez a preguntarte cómo era yo, cómo era Marilyn Monroe de verdad… pues, ¿qué le responderías? (Tenía un tono de broma, burlón, aunque serio también: buscaba una respuesta honrada). Te apuesto a que les dirías que yo era desmañada. Una banana split.

TC: Por supuesto. Pero también diría…

(La luz se marchaba. Marilyn parecía diluirse con ella, mezclarse con el cielo y las nubes, retirarse más allá de ellos. Yo sentía deseos de elevar mi voz más alto que los chillidos de las gaviotas, para pedirle que regresara: ¡Marilyn! ¿Marilyn, por qué todo tuvo que resultar así? ¿Por qué tiene la vida que ser una mierda asquerosa?)

TC: Yo diría…

M: No alcanzo a oírte.

TC: Diría que eres una hermosa criatura.»

Arthur Miller

(En Vueltas al tiempo. Autobiografía. Tusquets)

“En aquella estancia llena de actrices y esposas de próceres, todas deseosas de vestir y comportarse con la ostentosa discreción de una señora, Marilyn Monroe parecía ridículamente provocativa, un pájaro extraño en medio del gallinero, aunque sólo fuera porque el vestido se le ceñía de un modo descarado, afirmando más que sugiriendo que tenía un cuerpo debajo y que era el más apetitoso de la estancia. Y parecía más joven e infantil que cuando la había visto por vez primera. El resentimiento femenino que la rodeaba en casa de Feldman era casi tan sólido como un gas lacrimógeno. Una excepción fue la actriz Evelyn Keyes, ex mujer de Huston, que se la llevó al exterior y se sentó con ella en un banco y que, más tarde, mientras miraba cómo bailaba con no sé quién, me dijo en voz baja: «La despellejarían viva». En vano buscaba el ojo el menor defecto en la arquitectura de sus formas mientras bailaba con su pareja, ya que su perfección parecía inducir a buscar la lacra inevitable que la asemejara a los demás mortales. Era pues una perfección que suscitaba el deseo de protegerla, aunque al mismo tiempo imaginaba yo la dureza de que habría tenido que rodearse para haber sobrevivido allí tanto tiempo y con aquel éxito relativo. Aunque, según parecía, estaba sola en el mundo”.

(…)

“Hay personas tan vivas que no parecen extinguirse cuando se mueren y durante muchas semanas tuve que hacerme a la idea y esforzarme por afrontar el hecho de que Marilyn había fallecido. Me di cuenta de que incluso entonces esperaba haberla visto una vez más, cuando fuese, en cualquier parte, para hablar con sensatez de todo lo que habíamos pasado, y es probable que en tal caso me hubiese vuelto a enamorar de ella.

Como era de esperar, la prensa se unió para entonar a coro sus lamentaciones, la misma prensa que se había burlado de ella durante tanto tiempo y cuyos elogios y condescendencia para con su faceta de actriz, cuando no su desprecio, se había tomado Marilyn demasiado en serio. Para sobrevivir habría tenido que ser más cínica o que haber estado más lejos de la realidad. Marilyn, por el contrario, fue una poetisa callejera que había querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa.”

Cronología de su vida

1926: nace en Los Angeles, California. Bautizada Norma Jeane, alterna hogares sustitutos y orfanatos. La indefensión y una traumática experiencia de violencia sexual la marcan para siempre.

1942: se casa con Jimmy Dougherty.

1946: se divorcia y firma su primer contrato con la Twentieth Century Fox. Se tiñe de rubio y adopta el nombre de Marilyn Monroe (el apellido de su abuelo materno).

1949: acepta posar desnuda en un calendario, fotografiada por Tom Kelley. elo materno).

1950: obtiene un pequeño papel en La jungla de asfalto, de John Huston.

1953: su actuación en Niágara la lanza al estrellato. Plasma sus huellas en la entrada de Hollywood Boulevard. Es tapa de Playboy. Photoplay la elige como actriz revelación de ese año.

1954: se casa con el beisbolista Joe Di Maggio. Se divorcian a los nueve meses. Toma clases con Lee Strasberg y crea Marilyn Monroe Productions.

1955: se estrena La comezón del séptimo año, película que convierte en un clásico la escena donde la ventilación del subterráneo agita su vestido blanco.

1956: se casa con el dramaturgo Arthur Miller, quien escribe para ella el guión de Los inadaptados.

1957: su productora lanza Nunca fui santa y El príncipe y la corista.

1960: recibe el Globo de Oro a la mejor actriz de comedia.

1961: se divorcia de Miller. Ingresa en una clínica por una crisis depresiva. Su salud delicada complica la filmación de la inconclusa Something’s got to give.

1962: canta el Happy Birthday durante la gala por el cumpleaños del presidente John F. Kennedy. Ultima entrevista en Life. El 5 de agosto fallece, por causa de una sobredosis de barbitúricos.

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El último ladrón romántico

A los 7 años se convirtió en un chico de la calle. Y después se hizo ladrón. Pasó treinta de sus cincuenta y tantos años en la cárcel. Hoy dice que la cultura es la salvación de las personas y ansía escribir un libro. Con ustedes, Pedro Palomar, el hombre que inspiró al personaje de Nueve Reinas
Quiso la casualidad que el apellido del protagonista de esta historia fuera el mismo que el del cronista, circunstancia que llevó al doctor Federico Stolte, defensor oficial de la Defensoría Contravencional N° 3 del Poder Judicial de la Ciudad de Buenos Aires, a llamar a la redacción de LNR para averiguar si existía algún parentesco con su defendido, que cumple una condena por robo en el penal de Olmos.

La charla, lejos de terminar con las explicaciones sobre la ausencia de parentesco, continuó en otra dirección. Poco a poco, Stolte, que además de abogado es psicólogo social, fue desgranando la increíble vida de Pedro Palomar, «un hombre de unos 55 años que, entre tantos pesares, encima carga con la cruz de no estar totalmente seguro de la edad que dice tener ni de que su apellido sea ése».

La curiosidad por la historia de Pedro hizo que al cronista se le abrieran caminos que lo conducirían hacia escenarios casi exclusivos del cine o de la literatura. Pero nada era ficción; todo pura realidad. «Si sumamos todas las veces que fue encarcelado por distintas causas –cuenta Stolte–, Pedro ha pasado más de la mitad de su vida preso; casi no hay instituto de menores ni cárcel en la Argentina en la que no haya estado. Y siempre por lo mismo: estafa, hurto, robo, defraudación… Pero jamás lastimó a nadie, ni disparó un arma contra alguien ni secuestró a ninguna persona… Nunca se lo procesó por hechos de sangre. Lo único que hizo toda su vida fue robar, robar a la antigua, con códigos que ya no existen. Como alguna vez él me dijo –y sin que esto deba interpretarse como una justificación y mucho menos una virtud–, es un ladrón romántico.»

La relación entre Federico Stolte y Pedro Palomar avanzó más allá de lo jurídico. Una carta que Pedro le envió a su defensor en diciembre de 2005 muestra claramente por qué su historia merece ser contada. Desde la cárcel, Pedro escribió:

«… Le parecerá raro que un detenido le envíe una carta de este tenor, pero no puedo negar que muy a pesar mío soy un tipo especial. Será por la vida que me ha tocado en suerte, pero no reniego de ella, puesto que es la única que tengo aprendida. No reniego de ella; por el contrario, la tengo perfectamente asimilada. Sin embargo, estoy un poco cansado de huir hacia dentro de mí. Creo que ya es hora de ser un hombre de bien. Toda mi vida fui un marginal, pasé por todas las etapas de la carrera delictiva y en ninguna de ellas me sentí a gusto. No encontré la paz. ¿Será que nunca he puesto mis ojos en ella? ¿Será porque acepté sin remilgos esa suerte de dogma social que indicaba siempre hacia el sur de las cosas? ¿Será por el estigma de ser pobre y sólo hizo que me autocondenara?

«Tengo secretos inconfesables respecto a mis sentimientos sociales. Es más: creo que soy un antisocial por convicción, decisión y elección.

A veces creo que en el fondo de toda esta estúpida vida que me tocó, tengo razón en mi decisión. A veces creo que no me equivoqué.

«Amo la vida. Jamás disparé contra nadie. Ni siquiera amagué con herir a otra persona. Soy un romántico. Actué siempre de chico malo y sin querer me creí el personaje que interpretaba. Luego, me fue imposible volver atrás. Comulgué y creé códigos tan estrictos y rígidos que, hoy por hoy, hasta a mí me asombra. Viví una eterna filosofía de vida paralela: inventé un mundo. Un laberinto. Y un día allí estaba usted, mirando un camión celular que me transportaba. Nadie hace eso. A nadie le importó jamás eso.

«Principio del final de un laberinto? Estoy creyendo que es el otro laberinto, otro más duro, más real, más duro y vivo.

«No estoy loco. Y si lo estoy, bendito sea yo porque significa que he ganado mi parcela en el cielo. Solo espero que ese cielo no sea un invento mío, sino la creación de quien le corresponda inventar cielos.»

Stolte cuenta que lo más parecido que ha visto a la charla que un defensor puede tener con su asistido en su celda, en intimidad, es una sesión de análisis con un psicólogo o la confesión ante un sacerdote. «En las tres situaciones hay algo en común, una especie de ritual, que es necesario para lograr la empatía, transferencia, arrepentimiento, el nombre que la ocasión indique. Esto no me lo enseñó la facultad, ni lo aprendí en Tribunales. Hace varios años empecé a visitar las cárceles de Devoto y de Caseros, de tarde y de noche, y ahí me di cuenta de que me estaba perdiendo algo que no había visto ni sentido en el ejercicio de la profesión como abogado, ni tampoco como funcionario judicial. Aquella experiencia me sirvió para darme cuenta de la razón que tenía el prestigioso jurista italiano Francesco Carnelutti, en Las miserias del derecho penal, cuando decía que «el preso es un desgraciado, un necesitado, a quien lo más importante que puede ofrecerle su defensor es la amistad». Nosotros lo visitamos a Pedro cada quince días, más o menos. Yo le he llevado varios libros clásicos de literatura, y él me ilustró sobre cuáles son los libros más leídos en los penales. Pedro es una persona tan particular, que me ha dicho que él no es como los demás, en el sentido de reprocharle cosas al servicio penitenciario, porque ha estado detenido 30 años y todo lo que vivió, lo vivió con ellos. Desde muy pequeño, además, construyó su mundo con las únicas armas que la vida le puso a su alcance: la calle y el sentido de supervivencia.»

Y aquí está el nudo de la cuestión. Para algunos, un ladrón es un ladrón y nada habrá que justifique su conducta. Para otros, esa conducta obedece a las enseñanzas –malas o nulas– recibidas en su primera infancia. Habrá quien lo condene sólo por el hecho de no estar dentro del sistema. Habrá que preguntarse, del mismo modo, por qué el sistema lo excluyó. Y habrá, también, quien acepte la existencia de cierto romanticismo (si por romántico se entiende, en este caso, respetar la vida humana) en el ancho y oscuro escenario del delito.

Empujado por las circunstancias, Pedro se construyó a sí mismo. Es lo que es, y no, seguramente, lo que había soñado ser.

Identidad

Corrientes, un impreciso día de verano, hace unos cincuenta años.

Feliz y despreocupado, un niño de alrededor de seis años juega con otros niños entre los verdes pastizales de una isla de los esteros del Iberá mientras los mayores, hombres y mujeres, atienden sus quehaceres. Entre ellos están los Laguna. Nada extraordinario podía suceder ese día; ni siquiera el insoportable calor húmedo habría de merecer comentario alguno de ninguno de los habitantes del rancherío, gauchos puros todos ellos.

Pero algo iba a suceder. A lo lejos, y en lo peor de la asfixiante tarde, los niños divisan dos personas en una canoa que avanza lentamente hacia ellos. Al tocar tierra, una mujer de rasgos delicados, pelo largo y rubio y vestida con una pollera blanca estampada, camina con paso rápido y firme hacia uno de los niños, que la estaba mirando, embelesado. Después de abrazarlo y besarlo, la mujer le dice, en guaraní: «Hola Pedro… yo soy Angeles, tu mamá».

Angeles Mancuello, que había entregado a su hijo recién nacido al cuidado de los Laguna, volvió a la isla seis años después para llevárselo. Pedro, que hasta ese momento creía que los Laguna eran su familia, cuando para todos en la isla era simplemente el Peti, se iría caminando de la mano de una mujer rubia hasta la canoa que los esperaba. Nunca nadie le había explicado nada.

Sin saberlo, el Peti, ahora Pedro Palomar, inició ese día un camino tortuoso que marcaría su vida para siempre. El comienzo del laberinto.

Cárcel de Olmos, otoño de 2007

En la celda de Pedro, de dos por dos y medio, hay una cama marinera, dos banquetas de plástico, una pequeña mesa, un calentador eléctrico y una tabla sobre el inodoro sin tapa que a veces sirve de tercer asiento. Sobre la cama de arriba hay algunos diarios, una pila de libros y una docena de CD de música clásica. De la cuerda de nylon atada a dos clavos en una de las paredes cuelgan un par de camisas, algunas medias y una toalla. La puerta de la celda es de madera y cuatro barrotes cruzan una ventanita que da al patio exterior.

La Unidad 26 del Servicio Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires, que forma parte del complejo carcelario Olmos, es un penal que aloja a unos cien reclusos beneficiados por el régimen de semilibertad. Los detenidos pasan sus días en esos calabozos, que son como pequeñas piezas de material pintadas de blanco, levantadas a ambos lados del patio interior que comunica con otro, mucho más grande y de tierra.

«Yo me crié entre gauchos auténticos. Con ellos aprendí el guaraní, el único idioma que conocí hasta casi mi adolescencia; y también aprendí a vivir de acuerdo con su propia filosofía de vida, la de los arandú, que significa «sabiduría». Es una forma de vida opuesta a la que conocemos en la ciudad, con otros valores y con absoluta libertad. Hasta que mi madre me arrancó de lo que para mí siempre había sido mi única familia, yo vivía libre y feliz. ¿Por qué le cuento esto? Porque esa breve etapa de mi infancia es el único registro de cosa cierta de mi vida. Ni siquiera estoy seguro de que Palomar sea mi verdadero apellido ni que mi edad sea la que creo tener. Como sea, mi primer documento lo tuve recién a los 33 años.»

Pedro cuenta que su madre le relató que era hijo natural de un hombre con ese apellido. Luego, conoce a la segunda pareja de su madre, un inspector de escuelas llamado Wenceslao Galantini. «Al poco tiempo de casarse mi madre, este señor Galantini muere. Y vuelve a casarse, esta vez con un jugador de fútbol llamado Numa Rosetti, que moriría en Buenos Aires. Por ese tiempo vivíamos en Barranqueras, pero a raíz de una gran inundación que hubo allí mi madre y su marido decidieron venir a Buenos Aires. Esto habrá sido en 1958, y yo tendría unos siete u ocho años, por ahí. Salimos de Resistencia. El tren nos dejó en la estación Saldías, y de ahí teníamos que ir a lo que hoy se conoce como la Villa 31, en Retiro. Recuerdo que Saldías era un mar de gente, y empezamos a caminar rumbo a la villa. Hasta que, en un momento, yo y dos gurises más empezamos a correr y a alejarnos poco a poco de mi madre, hasta que terminamos en el subte de Retiro. Yo estaba nada más que con un pantaloncito corto de color negro. No tenía zapatillas ni remera. En un momento, los gurises agarran para otro lado y yo me quedo solo. No sé cómo, pero la verdad es que me subí al subte… Y me perdí. Para peor, no hablaba ni media palabra de castellano. No volví a ver a mi madre sino hasta muchos años después. Cuando el subte se detiene en una estación un policía se me acerca y quiere agarrarme del brazo. Yo me tiro a las vías y salgo corriendo por el túnel, en medio de una gran oscuridad. Corrí en la oscuridad hasta que a lo lejos logré ver la luz de la otra estación. Cuando salí del subte, otro policía me agarró. Me llevó a la comisaría y de ahí terminé en un convento de la Recoleta. Pero yo me escapaba. Hasta que los jueces de menores empezaron a mandarme a hogares sustitutos. Así conocí muchos hogares de Recoleta y Barrio Norte, con gente que siempre me trató muy bien, pero que no nos entendíamos. Y me escapaba. Porque a pesar de que ahí tenía comida y abrigo, quería volver con los gauchos. Buscaba mi libertad. Así viví durante dos años, hasta que un buen día, en la calle, me hago amigo de Huevito López.»

Sin amigos

En un momento de la charla –en la primera de los cuatro encuentros a lo largo de tres semanas–, Pedro hace un gesto, lo mira fijo al cronista y dice como si quisiera despejar la más mínima duda acerca de por qué lleva la vida que lleva: «Yo me crié entre marginales, siempre: gran parte de mi infancia, toda mi adolescencia, toda mi juventud y casi toda mi etapa de adulto. Es más: no tengo ni un solo amigo que sea honesto. Hoy, la única persona honesta con quien estoy empezando a tejer una amistad es el señor Stolte, después de más de cincuenta años de vida».

Huevito lo lleva a vivir al viejo Mercado de Abasto. Al llegar al segundo subsuelo, estalla ante sus ojos un ejército de pibes, casi todos de entre ocho y doce años, y que estaban en la misma situación que él: huérfanos, abandonados, víctimas de abusos… Un mar de soledades compartidas en una enorme ranchada.

«Huevito –era peladito y tenía la cabeza medio ovalada–, que tendría unos diez años, era nuestro líder. Era muy ducho en el tema de la calle. Nos enseñaba a ser unidos y a defendernos, principalmente de los degenerados. Todos éramos uno solo, como una jauría. Y no importaba el nombre, se decía ranchito: hola ranchito, cómo andás ranchito, y así. Teníamos códigos de hierro: no ser ortiva, pelear mano a mano y no robarnos entre nosotros. Ese fue mi primer refugio. ¿Los sueños? No, era el día a día; cuando sos ranchito no tenés ambiciones. Proyectos empecé a tener de grande, en la cárcel, y siempre pasaban por el robo y conocer el mundo. Era tener los mejores autos, la mejor ropa, las mejores mujeres. De chico era sólo sobrevivir. De día, los puesteros nos daban fruta a cambio de limpiarles los puestos; de noche, nos arreglábamos con los tachos de basura, buscando qué comer, arrebatando… Huevito fue quien me avivó de lo que era Buenos Aires. Ahí empecé a amar la noche de Buenos Aires; no así el día: la noche es libertad, y el día, sinónimo de policía. De a poco me fui haciendo un animal nocturno, un predador.

Animal nocturno

Nunca más justa la descripción que hace Pedro de sí mismo. Un animal nocturno, un niño de apenas 7 u 8 años que empezó a desarrollar tempranamente sus sentidos para no ser devorado por una ciudad hostil, indiferente a sus pesares. «Siempre tuve la sensación de ser un fantasma. Pasé por las calles de la vida como mejor pude, y no siento demasiado orgullo por ello. Mi vida entera transcurrió fuera de eso que llamamos sistema. Y el sistema, que me excluyó, me aplastó. Tal vez por mi culpa, no lo sé. El sistema me convirtió en víctima y victimario, pero lo que el sistema no logró es enseñarme a odiar. En algunas de las cárceles que me tocó estar, que más que cárceles eran loqueros, hice valer mi calidad de NN y la habilidad innata de ser nada para serlo todo.»

Pedro conoció casi todos los institutos de menores de la Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires. «En esos lugares impera la ley del más fuerte, y también las alianzas y las uniones por conveniencia. Lo digo porque un pabellón, tanto en un instituto como en una cárcel, es como un país: hay estratos, hay clases, hay leyes, hay códigos, hay formas, hay modos, y hay que amoldarse al medio para ser dominador; de lo contrario, uno deja su vida y su dignidad ahí. Yo lo que tenía era una audacia rayana en la locura.»

De códigos y secretos

En una de sus tantas entradas a los institutos de menores, una asistente social le informa que, al fin, había podido ubicar a su madre. Pedro tenía 14 años. Juntos, entonces, van a su encuentro. Angeles Mancuello vivía en una pocilga de chapa y madera de Villa Fiorito. Pedro se planta delante de ella. Y la descubre abandonada y borracha. «Yo acá no me quedo ni loco», le dijo a la asistente social. Y remató: «Prefiero vivir en la calle, con mis ranchitos, antes que esto».

Por esos tiempos, Pedro frecuentaba la zona de Recoleta, lugar que iba a marcar con fuerza varios años de su vida.

«Yo era un bicho del Abasto pero que vivía en Recoleta. A medida que iba creciendo, me iba alejando cada vez más de los ranchitos. Y como en Recoleta me conocían casi todos, siempre terminaba allí. Por esos años ya no tenía tantas ganas de volver a los esteros. Es que la calle y la noche me fueron formando. Aprendí mucho con esa gente. Fueron los maestros que nunca tuve.»

–Pero su condición de ladrón no se modificó.

–En realidad, yo empiezo a ejercer de lleno mi oficio de ladrón a los 18 años. Pero aunque no lo diga para justificar mi estúpida vida, debo decirle que nunca disparé un tiro para matar, nunca herí nadie. Eso se lo debo a esa gente que me enseñó el respeto por la vida.

–¿Cómo era usted como ladrón?

–Era muy astuto. Tenía dos cualidades: saber escuchar y observar. A mí no se me escapaba absolutamente nada. Yo me he pasado la existencia radiografiando personas. Y eso me salvó la vida muchas veces, porque después conocí cárceles. Y en las cárceles hay que ser muy rápido mentalmente, muy inteligente. El gordo Valor me dijo una vez que los mal educados tienen pocas posibilidades de sobrevivir en una cárcel. Es que acá hay valores, hay códigos… Aunque hoy ya no tanto, porque hay una invasión de sátrapas que dio el hampa… Mire, antes no se masacraba a los ancianos ni se violaba a nenitas de cuatro años. Era un deshonor.

–Si Huevito fue el que le enseñó los códigos y secretos de la calle, ¿quién le enseñó a robar?

–Fue el negrito Díaz. Lo conocí cuando empezamos a relacionarnos con otras banditas de Plaza Miserere, de Retiro, de Constitución. El me decía: «Mirá, observá, despertate. Y preguntate: ¿Por qué esa señora tiene la cartera contra su pecho? ¿Por qué ese tipo camina tan rápido? Mirá todo. Tenés que mirar las marcas de los relojes; si los zapatos son buenos; si la ropa es de marca.

–¿Y cómo era el negrito Díaz?

–Fuimos amigos, pero con el tiempo nos hicimos encarnizados enemigos porque él era cruel y yo no. Yo a esas alturas ya había conocido lo que era el buen vivir. Ellos, en cambio, querían vivir en la villa, como rateros de cuarta. Para ese tiempo, yo, que tenía unos 17 años, me había puesto en pareja con Elvira, una artesana, y vivíamos en su departamento de Recoleta. Cuando tenía que juntarme con la banda, los tenía que ir a buscar a Villa Sapito, y eso no me gustaba. Hasta que me aparté para siempre del negrito Díaz.

–¿Qué pasó después?

–Después de lo de Elvira, vino Marta, una mujer casada…, que se separó por mi culpa. Era un ama de casa como tantas, y terminó convirtiéndose en pistolera. Salíamos a robar por los caminos del país, como Bonnie & Clyde, aunque sin la violencia de ellos. Una vez nos encarcelaron en Río Gallegos, pero yo tenía un abogado «sacador» que enseguida nos sacaba de las cárceles.

–¿A Marta la volvió a ver?

–Lo último que supe de ella es que se había ido a vivir a la Patagonia.

–¿Y qué fue de la vida del negrito Díaz?

–La policía lo mató en un enfrentamiento.

La biblia tumbera

Cada vez que un compañero de pabellón ingresa en el calabozo de Pedro, lo hace pidiendo permiso. «Permiso, Pedro… ¿tiene algún diario?». Y cada tanto, también, alguien entrará para ver si necesita algo: «¿Le traigo azúcar, Pedro?».

No es casualidad tanto respeto. Como en ningún otro lugar, la «biblia tumbera» (reglas y normas que rigen la vida carcelaria de los presos) es el primer libro no escrito de los reclusos.

Ellos saben todo de él; él sabe todo de ellos. Es que en las cárceles, cualquiera que sea de ellas, hay chorizos, cañeros, maracas, garompas, mulos, judas, parias, cuchillos largos, violines, punguistas, rufianes, primarios, sogueros, águilas, logis, batidores, soldados, rastreros, solitarios… Definiciones que entrega el diccionario tumbero para entender que en el submundo carcelario hay ladrones de poca monta, asesinos, homosexuales, líderes que manejan grupos, internos sometidos a la servidumbre en su pabellón, soplones, presos que jamás reciben visitas, presos de extrema violencia, violadores, carteristas, proxenetas, presos sin experiencia carcelaria, verseros, presos que acechan a homosexuales, giles, delatores, presos sometidos a la voluntad de otros, presos que roban a otros presos y presos que jamás se juntan con nadie. Pedro los conoce a todos. Eso lo convierte en líder. Su historia, su conocimiento del vasto mundo del hampa, esos treinta años de calabozo, su mirada de láser, su figura encorvada y su hablar suave pero firme, lo distingue entre miles.

–Se dice que un preso está encorvado por la cantidad de años que ha pasado entre rejas.

–Sí, un poco es así. Es la manera de aparentar, de mostrarse sufriente, pero no sumiso. Si está encorvado es porque pasó años de calabozo. Aunque también es una forma de ser tumbero.

–¿Cómo funciona el hampa en la Argentina?

–En muchos países, el ambiente del hampa está manejado por los narcotraficantes; acá está manejado por los «ladrones de caño», es decir, a mano armada. Los que tienen el dominio de las cárceles en el ambiente del hampa son los cañeros. A la vez hay distintos tipos de cañeros: están los que roban un quiosquito hasta los que roban un banco. Después están los estafadores, los punguistas, los escruchantes. Y las salideras de bancos, en las que están asociados los ladrones con gente del propio banco, o con policías, que avisan quién va a retirar montos altos de dinero. No le veo astucia ni honor a ese palo, a esa forma de robar. Es mejor que el ladrón sea ladrón y que el policía sea policía. No me gusta la mezcla.

–¿Cuál fue su mejor época de ladrón?

–Fue en los tiempos previos al gobierno de Alfonsín. En 1982 robé tres bancos Ala. Me hice de 27.000 dólares que me sirvieron para vivir nueve meses en Europa.

–Bueno, al menos pagó el pasaje de avión…

–Yo no diría tanto… La verdad es que me relacioné con un importante dirigente de Boca, gracias a que era el amante de una hermanastra mía, y así pude viajar con ellos a España, para el Mundial. En ese tiempo también conocí a José Barritta, El Abuelo, que fue jefe de La 12, la barra brava de Boca. Barritta, el dirigente aquél y yo terminamos haciendo un buen grupo.

–¿Y cómo le fue en Europa?

–Yo viajé a Madrid porque quería robar joyerías. Allá tenía direcciones de algunos ladrones argentinos, amigos míos, que se habían radicado en España. También tenía direcciones en Alemania y en Francia. Yo llevé 27.000 dólares, pero había declarado 3000. Esos 3000 dólares se los tenía que entregar a Jorge Villarino, que estaba preso en Madrid. Me otorgaron una visa por un mes, pero me quedé nueve. En Sevilla me contacté con una banda de gitanos, pero no conseguí compañero de aventuras. Es que en Europa el hampa está manejada por mafias y tienen códigos muy distintos de los nuestros.

–¿Entonces?

–Me dediqué a vaguear. Y conocí el casino de Montecarlo. Pero nunca tuve suerte para el juego. Eso sí: me producía muy bien, tipo James Bond: impecable traje negro, moñito, un whisky en la mano, un puro en la otra… Pero la pinta no me hacía ganar dinero. Después de vaguear por ahí sin haber podido robar ni un anillo, en Sevilla me atropella un camión y termino internado en un hospital. Y, claro, ahí descubren que yo estaba ilegal y me deportan a la Argentina.

La cultura te salva

Lo que siguió fue una época de bonanza: los años más productivos en su condición de ladrón y estafador. «Me llovía la plata… Vivía casi a cuerpo de rey… Y compraba autos cero kilómetro como si comprara una camisa.

–¿Nunca se le ocurrió trabajar?

–Es que en este país un obrero no vive bien. Podrá vivir dignamente… Desde un punto de vista muy optimista, aclaremos.

–¿Cuáles son sus parámetros de dignidad?

–Al momento que estoy robando, sé que estoy perdiendo la dignidad. Hoy lo sé, a los cincuenta y pico de años. No tuve una educación, una familia que me inculcara valores. Jamás pisé una escuela. Quizás hubo algún intento alguna vez, pero no me di cuenta.

–Pero algo pasó en su vida que hizo que usted cambiara.

–Sí. El acceder a cierta cultura produjo cambios importantes en mí. El saber produjo esos cambios. Me di cuenta a través de la lectura.

–Y surgió la idea de escribir un libro…

–Tengo intuición y agudeza. Si a eso le sumo lo que he vivido tanto en libertad como en las cárceles, creo tener material para escribir y tratar de vivir de lo que escribo. Yo pretendo que mi libro arranque una sonrisa, y en lo posible también una reflexión. «No habrá un libro inconcluso» es el título que le puse, pero todavía no he logrado contactarme con algún editor.

–¿Qué es lo que más pesa en usted?, ¿el arrepentimiento o la lamentación?

–Lo que lamento es haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de que todo lo que hice estuvo mal hecho. Pero… ¿qué gano con decir que estoy arrepentido? Lo único que gano es que me tengan lástima, y si hay una cosa que me da repulsión es la lástima. No me basta a mí con pedir perdón. A mí lo que me sirve es proyectar una idea que les sirva a los jóvenes, que comprendan que la única salvación es el saber. Si a uno no se le da la oportunidad de acceder al saber, está todo perdido.

Pedro fue procesado diez veces a lo largo de su vida, totalizando treinta años de prisión. Pasó por los penales de Eldorado, Gualeguay, Córdoba, Resistencia, Rawson, Río Gallegos, Corrientes Sierra Chica, Caseros, Devoto y Olmos.

Saldrá en libertad en agosto de 2008, cuando complete cinco años de condena por su último robo.

Por Jorge Palomar
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=928793&origen=premium

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Risoterapia, un cambio cultural

Risoterapia, un cambio cultural
Un taller desopilante que ayuda a recuperar el juego y la alegría
Una actriz propone ver la vida con mayor optimismo y usa la risa como terapia
Cuando Viviana llegó a la casa de Belgrano R. y le pidieron que hiciera un dibujo de ella misma, optó por una figura menuda, las manos por delante y la mirada caída. Dos horas más tarde, ante el mismo pedido, algo había cambiado: dibujó una cara grande y sonriente que casi no cabía en el papel.

En esas dos horas, Viviana participó del Taller de la Risa, un espacio que propone recuperar la capacidad del juego y la alegría mediante técnicas teatrales en las que el protagonista es el propio participante.

«La risa es la mejor técnica de autoayuda», dice como una sentencia durante la conversación con LA NACION Liliana Pécora, creadora de esta novedosa alternativa y actriz dedicada al humor desde hace más de 30 años.

Durante dos horas, los participantes se tiran al piso, bailan, actúan con guiones humorísticos, pelucas y máscaras, imitan a algunos animales y hasta se dicen piropos. La cronista no se quedó atrás cuando tuvo que imitar a un gallo.

El objetivo, que se logra con facilidad, es reír. Y si es a carcajadas, mejor.

El secreto: nadie sabe nada sobre la vida personal y profesional del que tiene al lado.

«Utilizo la misma técnica que para los chicos. No los presento de modo formal porque, a veces, la información sobre el otro predispone de manera negativa, provoca retraimiento», sostiene Pécora.

Gracias al corralito

Convencida de que la risa genera beneficios psicológicos y físicos, Pécora emprendió este proyecto en medio de una profunda depresión personal. «Fue en el momento en que se imponía el corralito en la Argentina. Me interioricé con distintos métodos y descubrí que con la risa la vida puede comenzar a dejar de ser tan dramática», recuerda la actriz.

Comenzó en invierno de 2001 cuando se vislumbraba en la Argentina la gran crisis económica y social. En ese primer momento, la convocatoria fue baja: acudían unas 10 personas por curso, generalmente profesionales en busca de alternativas para mejorar su calidad de vida. «No venían muchos porque nadie quería reírse. Sentían que no era correcto, como en los velatorios», explica Pécora.

Con el tiempo, la propuesta fue sumando curiosos, intrigados en saber en qué consistía. Llegaban solos, en grupos de amigos o en pareja.

Hoy, el taller, que abre sólo una vez al mes, recibe entre 30 y 40 personas. En su mayoría son mujeres, de más de 40 años, que buscan diversión y herramientas que les permitan vivir mejor la vida.

«Te da alegría y te vas con una actitud diferente, una mirada distinta. Jamás me tiraría al piso como hoy. Después lo hacés en tu casa y te cambia», contó, eufórica, a LA NACION Claudia Vadillo, abogada, de 45 años, que decidió acercarse al taller para despejarse del estrés laboral.

Alejandra y Ana María Papanicolas llegaron con dolores musculares. Dos horas después, las molestias habían desaparecido. «Tenía un fuerte dolor en la espalda. Ahora ya no tengo nada», jura Alejandra.

Pécora le encuentra una explicación psicológica a la atracción que genera en cierta franja de público su taller.

«Te das cuenta de la importancia del cambio interior cuando crecés. Quizá por eso se acercan a partir de esa edad», señala la actriz y moderadora del grupo.

La experiencia, sin embargo, no tiene que ver con las edades. Los más grandes también prueban. La directora del taller lo cuenta: «Viene mucha gente de 60 y 70 años, y son los que más se animan porque están más allá. La traba para algunos es el miedo al ridículo».

Contra los prejuicios

Este y otros prejuicios, como el miedo a parecer inmaduro, son los que Pécora más enfrenta y lucha por erradicar. «El humor siempre ha sido desvalorizado. La gente piensa que por estar cuidadosamente vestida y ser ceremoniosa es tomada más en serio», afirma.

Con juegos que aprendió en sus años de maestra jardinera, ejercicios divertidos que se enseñan en el mundo del teatro y situaciones de la vida cotidiana, Pécora «inventó» su propio taller de risoterapia.

Como valor agregado, los concurrentes se llevan algunos secretos para continuar con el cambio de humor y con el buen ánimo en sus casas.

Así fue para todos… Y Viviana, que había llegado chiquita en papel, se fue grande, resplandeciente.

Por Nathalie Kantt
De la Redacción de LA NACION
http://www.lanacion.com.ar/cultura/nota.asp?nota_id=929898&origen=premium

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EL ZOOLÓGICO HUMANO

Hijo, yo ya recorrí el camino que tú vas a recorrer, por eso quiero que sepas, que encontrarás muchos seres que yo aquí te presento en forma de animales; pues ellos actúan iguales:

En esta selva de asfalto, te encontrarás seres falsos, como lo es el cocodrilo; que llora mientras te devora…

Encontrarás a pericos, que hablan y hablan; sin pensar en lo que dicen, mas nunca cierran el pico…

Encontrarás tiburones, astutos y despreciables; que si no te pones listo, con todo y ropa te comen…

Encontrarás muchas ratas, que cuando tienes buen queso, te idolatran; y cuando ya nada tienes, te muerden y te maltratan, y huyen muy lejos de ti dando velocidad a sus patas…

Encontrarás a otros seres que son como reptiles, que se arrastran por el suelo aunque los pisen; pero cuando te descuidas, te muerden con gran fiereza y te dejan cicatrices…

Encontrarás a otros seres que son como el pavo real; se sienten muy importantes y duchos en lo cultural; y no saben ni siquiera dar a la gente un lugar y a todos los considera gente grosera y vulgar…

Y así seguirás encontrando animales con cara de gente; pero en algún momento de tu vida encontrarás amores, amigos, gente buena y sincera que te abrirán su corazón y harán por ti lo que puedan. A esos seres hijo mío, nunca los pierdas de vista y no pierdas su amistad; es gente de calidad, sincera y sin rencores…

Autor Desconocido

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LAS NUEVAS PALABRAS

LAS NUEVAS PALABRAS, según Fontanarrosa

· … Desde que a las insignias las llaman “pins”, a los maricones “gays”, a las comidas frías “lunchs”, a los repartos de cine “casting”, Argentina ya no es la misma…..
· Ahora es mucho más moderna…
· Durante muchos años los Argentinos estuvimos hablando en prosa sin saberlo…..
· Y de lo que todavía es peor, de lo atrasado que estábamos sin darnos cuenta…..
· Los chicos leían revistas en vez de “comics”, los jóvenes hacían asaltos en lugar de “parties”, los estudiantes pegaban carteles sin saber que eran “posters”, los empresarios hacían negocios en vez de “bussines” y los obreros (tan ordinarios ellos) al mediodía le traían la vianda en lugar de usar “lunchera”…..
· Yo en la escuela hice muchas veces “aerobics” pero en mi ignorancia pensaba que estaba en clase de gimnasia
· Afortunadamente todo esto cambió, Argentina hoy es un país moderno, y a los argentinos se nos nota el cambio exclusivamente cuando hablamos….
· Y eso es muy importante!!!
· Cuando estudiábamos para un parcial decíamos “estoy hasta las bolas” cuando en realidad estábamos “a full”.
· Cuando decidíamos parar un ratito, nos comíamos un sanguchazo, sin saber que en realidad habíamos hecho un “break”
· Desde ese punto de vista los Argentinos estamos completamente modernizados…
· Ya no tenemos centros comerciales, son todos “shoppings”….
· Adoptamos incluso nuevas palabras lo que habla de nuestra extraordinaria apertura y capacidad para superarnos.
· Ahora ya no decimos facturas sino “cokies”, que suena mas fino, ni tenemos sentimientos sino “feeling” que son mucho más profundos.
· Y de la misma manera sacamos “tickets”, usamos “kleenex”, compramos “compact”, comemos “sandwichs”, hacemos “footing”, vamos al “pub” y los domingos cuando pasamos el día en el campo hacemos “camping”…
· Y todo ello con la mayor naturalidad y sin darle mayor importancia…
· Los carteles que anuncias rebajas dicen “20% off”, y cuando logramos meternos detrás de algún escenario, hacemos “backstage”…
· Obviamente esos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres, han cambiado nuestro aspecto que ahora es mucho mas “fashion”…
· Los argentinos ya no usamos mas calzoncillos, sino “slip” o “boxer”, tampoco viajamos mas en colectivos sino en “bus”, y para el auto usamos el “parking” …
· En la oficina ya no tenemos jefes sino “boss”, que está siempre en “meeting” con los “public relations”, o tal vez haciendo “bussines” con su secretaria…
· Y la secretaria, capaz que vive en un barrio de mierda, pero se la pasa haciendo “mailing”, y cuando sale del trabajo se va a hacer “fitnees” y “aerobics”…
· El autoservicio ahora es “self service”, el escalafón “ranking”,el representante ahora es “manager” y la entrega a domicilio “delivery”…
· Desde hace algún tiempo los importantes son “vips”, los auriculares “walk man”, los puestos de venta “stands”, y las niñeras “babby sitter”……
· Y por supuesto que ahora ya no pedimos perdón, decimos “sorry”, y cuando vamos al cine comemos “pop corn” ( son más ricos sin llevan “butter”)…

Y para culminar una frase que resume todo…….
Como dijo Inodoro Pereyra, ya no quedan mas domadores, ahora todos son “Licenciados en problemas de conducta de equinos marginales”…

ROBERTO FONTANARROSA

Articulo: Juan José Millás, escritor español

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UN CIEGO CON LUZ

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guido, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:
– ¡Guido, si tú no ves! ¿Qué haces con una lámpara en la mano?
Entonces, el ciego le responde:
– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mi.

Reflexión:

No sólo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.

Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Aunque muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás, a través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, y el resentimiento.

¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás! Sin fijarnos si lo necesitan o no. Llevar luz y no oscuridad. Si toda la gente encendiera una luz, el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad…

Todos pasamos por situaciones difíciles a veces, todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas. Todos sufrimos en algunos momentos, lloramos en otros. Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros. No debemos exclamar como es costumbre: «La vida es así», llenos de rencor, llenos de cinismo, apatía, y odio. No debemos. Al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese corazón herido. Nuestro dolor es y fue importante, pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo. Demos luz. Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla. Está en nosotros ser Luz y no permitir que los demás vivan en la oscuridad.

Autor Desconocido

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Te Quiero

Pueden decirte «TE QUIERO» de muchas formas o maneras diferentes, hay un «TE QUIERO» para casi cada instante..

Hay un TE QUIERO dicho por el amigo…

Hay un TE QUIERO dicho con las manos…

Hay un TE QUIERO dicho en la voz de un niño…

Hay un TE QUIERO dicho con el silencio…

Hay un TE QUIERO dicho con una sola mirada…

Hay un TE QUIERO dicho con un suspiro…

Hay un TE QUIERO dicho con pasión…

Hay un TE QUIERO dicho compartido..

Hay un TE QUIERO dicho con el Alma…

Hay un TE QUIERO dicho con el corazón…

Hay un TE QUIERO dicho con Amor…

Hay un TE QUIERO dicho de compasión…

Hay un TE QUIERO dicho cargado de ardor…

Hay un TE QUIERO dicho rebosando ternura…

Hay un TE QUIERO dicho lleno de locura…

Hay un TE QUIERO dicho en la más honda amargura…

Hay un TE QUIERO dicho, casi sin decir… como un leve susurro, que te eleva hacia lo más alto del Universo…

TE QUIERO… TE QUIERO… TE QUIERO…

¡Pero muuucho!

Preciosas palabras que olvidamos en ocasiones.

Palabras mágicas que nos cuesta tanto pronunciar

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Esperaré

Esperaré a que crezca el árbol, y me dé sombra,
pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial, y me dé agua,
pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte la aurora, y me ilumine,
pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios.
Esperaré a que llegue lo que no sé, y me sorprenda,
pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.
Y al abonar el árbol, despejar el cauce,
sacudir la noche y vaciar la casa,l
a tierra y el lamento.
Se abrirán a la esperanza.

Benjamín González Buelta

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