Deportistas insulinodependientes que desafían todos los límites físicos |
Ocho atletas sudamericanos que padecen diabetes se propusieron protagonizar pruebas extremas. Nadarán alrededor de Florianópolis. Harán 1.200 kilómetros en bicicleta, atravesarán la Antártida y ascenderán el cerro Aconcagua. El promotor de la prueba cuenta a Hoy su experiencia |
¿Es posible que una diabético insulinodependiente realice actividades físicas extremas sin poner en riesgo su vida? Existe un grupo de atletas que padecen la enfermedad que pretenden dar una respuesta positiva exponiendo su propia experiencia. Serán protagonistas de una competencia que durará dos años e incluye desde pruebas de natación y ciclismo, hasta una travesía en la Antártida, el cruce de la Cordillera y el ascenso al Aconcagua. “Llegar al techo del América con la bandera con el mensaje de que Con diabetes se puede” es el objetivo marketinero de la propuesta. Pero la idea principal es monitorear y equilibrar los valores e índices glucémicos que presentan los participantes (antes, durante y después de cada desafío) para demostrar que con la enfermedad es posible realizar la actividad física sin problema alguno. Los impulsores de la iniciativa tienen toda una trayectoria para demostrarlo. Se basan en los avances que se han registrado desde el punto de vista deportivo y médico. Son ejemplos los desarrollos de las técnicas de detección rápida de niveles de glucemia en la sangre, o de nuevos productos (como barras energéticas y bebidas) que atienden la deficiencia en forma inmediata y permiten mantener el equilibrio aunque el cuerpo se encuentre sometido a exigen- cias extremas. La idea de que el deporte se puede practicar con los controles correspondientes atraviesa toda la propuesta. La campaña de difusión incluye a los protocolos médicos que se deben respetar para garantizar la vida. Parte de la historia de esta idea se explica en la vida de uno de sus impulsores. Abayubá Rodríguez, conocido popularmente como “Aba”, resumió a Hoy su propia experiencia del desafío que implicó proponerse ser profesor de educación física contra todas las recomendaciones médicas. Contra la ley Para él desafiar los límites que le impuso la enfermedad implicó también romper las barreras legales. Se enteró que tenía diabetes tipo 1, lo que lo convertía en insulinodependiente, en 1987, cuando tenía 18 años y pretendía ingresar al profesorado de educación física. En ese momento no sólo despertó a la necesidad de mantener un tratamiento de por vida. También descubrió que la ley le impedía desarrollar su pasión por el deporte. “Existe una norma que impide a los diabéticos hacer el profesorado, pero los médicos también me desaconsejaron toda actividad deportiva extrema”. Desde ese momento Aba adhirió fuertemente a la idea de que todos los obstáculos que se presentan en la vida son en realidad invitaciones a superarlos. “Así como soy una persona de acción me enfrenté con la comunidad médica, con la ley, y hasta con mi entorno familiar”. Su decisión fue hacerse cargo de la patología. “En lugar de buscar la sobrevida que me pronosticaron, opté por buscar la vida que yo quería vivir”. Eso lo llevó a burlar la ley: “Entré fraguando los estudios de laboratorio (un amigo concurrió a la cita), pero todos los demás eran míos, lo que mostraba que era apto”. Deporte extremo Aba pronto fue “profe”, pero también se convirtió en un obsesivo de la información sobre la diabetes. “De inmediato empecé a estudiar el mal, pero paralelamente comencé a entrenarme muy duro en un deporte revolucionario el Triatlón”. En ese entonces esa disciplina todavía era una cosa lejana y sobrehumana que sólo llegaba a la Argentina a través de los programas de Pancho Ibáñez. “Me convertí en un precursor, y cuando gané el Campeonato Nacional ya lo médicos no discutían mi condición de diabético, sino que escuchaban mi experiencia”. La siguiente apuesta fue la de correr en la categoría más exigente del triatlón: el ironman (3.800 metros de natación, 180 kilómetros de bicicleta, y 42 kilómetros de pedestrismo). Para ese momento, los médicos que le habían desaconsejado practicar deportes con intensidad empezaron a documentarse en base a su experiencia. Eran tiempos en que el triatlón tenía escasa difusión y en que los medidores de glucemia eran “a colorímetro” (no digitales como ahora), imprecisos y muy difíciles de manipular. “Hablar de un diabético que se entrenara todo el día en un deporte amateur era totalmente impensado”, dice hoy Rodríguez. “Ni hablar de los materiales deportivos, pues no había bicicletas de aluminio, ni geles energizantes, ni bebidas isotónicas (como el Gatorade). “Aba” da un ejemplo concreto de los avances que se produjeron en pocos años. “Cuando en 1993 le agregué a uno de los primeros modelos de medidores cardíacos el medidor de glucemia digital, el proceso de extracción y secado me llevaba 2 minutos y era un método superrevolu- cionario. Con la tecnología de hoy no me demanda más de cinco segundos”. Esos avances, sumados a un estricto control durante la competencia, y a su capacidad atlética, le permitirán dentro de poco desafiar límites impensados para la mayoría de los mortales. Por más sanos que estos se encuentren. P.A.S. |
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